LOS ASESINATOS DE CÁRTAGO

El historiador, traductor y editor alemán Gisbert Haefs (Niederrhein, 1950) sitúa la acción de su novela Los asesinatos de Cartago, protagonizada por Bonilkar “Señor de los Guardias” en esta ciudad norteafricana en el año 228 a. C. El personaje, como jefe de la policía, se debe encargar de resolver varios crímenes sobre los cuales no dispone de la menor pista que le permita detener a los autores.
Después de identificar a las víctimas, interrogar a los que encontraron los cadáveres y recibir los informes del médico encargado de la autopsia, no logra reunir las pruebas que necesita para llevar a los asesinos ante los jueces. Por otra parte, las distintas procedencias, edad y condición social de los fallecidos no permiten relacionar unas muertes con otras, aunque el policía sospecha sobre la existencia de un vínculo entre ellas que, de ser aclarado, facilitaría la pronta resolución de los respectivos casos. Las tensiones políticas derivadas de la rivalidad con Roma, que amenaza el futuro de Cartago, interrumpen las actividades de Bonilkar, destinado a custodiar el viaje de una delegación cartaginesa enviada a Roma para establecer nuevos acuerdos con influyentes miembros del Senado. Llegados al puerto de Ostia, son recibidos con escaso entusiasmo y, salvo los diplomáticos más distinguidos, con hostilidad. En el mísero albergue donde residen sufren el asalto nocturno de un grupo de facinerosos que los conducen al norte de la capital para solicitar por ellos un fuerte rescate. Días más tarde, cuando habían perdido toda esperanza, son rescatados por Letilio, oficial romano enviado por el Senado ante el temor de que el secuestro complicara todavía más las diferencias con los cartagineses. Durante la travesía de regreso, el propio Letilio acompaña a la expedición con instrucciones por si algún navío romano decidiera interceptar a la flota en alta mar. Antes de arribar a puerto, un balandro correo de Cartago comunica a Bonilkar su cese como Jefe de la Guardia, acusado de haber pactado con Roma en contra de los intereses de su patria. Una vez en tierra, sería detenido, sometido a juicio y, con toda seguridad, condenado a muerte por el delito de traición. A partir de ese momento, a la intriga policiaca inicial se une la agitada persecución del fugitivo que, gracias a sus contactos, descubre la existencia de una conspiración de las autoridades que desean apartarle de sus funciones por las simpatías que le atribuyen en favor de una de las familias que se disputaban el poder. Al tiempo que descubre la falsedad de las imputaciones, confirma las sospechas sobre las relaciones existentes entre los asesinatos de Cartago y las conjuras de sus perseguidores, dispuestos no solo a privarle de sus cargos sino también a acabar con su vida. El estilo, tanto en las descripciones ambientales como en los diálogos reproduce, las formas expresivas arcaicas utilizadas por algunos de los cronistas e historiadores del Mundo Antiguo aunque adaptadas a los gustos y mentalidad del lector actual.

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