PARADOJA DEL INTERVENTOR

Un hombre baja de un tren en una parada corta para tomar un café; el tren se pone en marcha y lo pierde. Este hombre, de cuya identidad y procedencia no se ofrecen referencias, como tampoco del lugar en el que se encuentra, se queda allí y adopta una vida ligada a la estación y al pueblo. La novela está muy bien narrada. Su modo de adentrarse en la soledad y en la pérdida de identidad propia del protagonista es magnífico. El ambiente ferroviario, así como los dimes y diretes de tipos humanos como el afilador, el barquillero, los albañiles, están esculpidos con trazos magistrales. El autor desliza a su protagonista por el camino de la desidia y la mendicidad, y lo enfrenta con el destino de los demás personajes, todos ellos pueblerinos y curiosos, raros y en vías de extinción. La figura de uno de ellos, llamado Cristo, que habla con el lenguaje de Jesús en los Evangelios, así como las críticas a la falsa caridad de la Iglesia, pueden herir la sensibilidad de los lectores cristianos. Por otra parte, la contradicción de lo cruel con lo humorístico, de la miseria con la dignidad, de lo estrafalario con la bondad, de la desidia con la esperanza, se entrelaza en todo el relato. Esta gama de paradojas compone una buena obra literaria, que tiene un tono de tristeza irremediable.

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