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tuviera lástima, ni dar una lección de nada, no quería ser
didáctica. Con todo eso, me costó mucho trabajo buscar
una forma de enfocar las cosas para transmitir todo lo
que quería contar pero sin ser pesada. Y también fue
difícil porque me costaba escribir, estaba en una situa-
ción de luto, de mucha pena y me daba miedo que se me
fueran los recuerdos.
Otra de las ideas en el libro es la de la pertenen-
cia, las raíces, quizás la patria…
El problema es saber de dónde eres. La verdad es que
mis padres llegaron a Francia con la nostalgia de un país
que ya no existe, el Marruecos de su infancia, de su
juventud. Los judíos conviven con una serie de paraísos
perdidos y entre ellos, en mis padres, estaba el recuerdo
de aquel Marruecos de su juventud y, antes, también,
muy presente, el recuerdo precioso de España.
La idea de la diáspora, del exilio y la emigra-
ción… y, ahí, una niña cuya patria es su infancia…
Sí, mi patria es mi infancia, pero también es mi calle. Los
parisinos venimos casi siempre de otra parte, vivimos
mucho en nuestro barrio, y nuestro mundo, nuestro
universo, era nuestra casa, nuestra calle. Por eso muchos
de los “cuentos” en el libro se centran en un pequeño
detalle de la casa, de la calle o de la vida en el barrio.
Ese barrio de París, detrás de la Ópera de La
Bastilla, es entonces un personaje del libro, lo que
puede recordar a la película “Amélie”…
Sí, es un personaje importante, pero yo veo mi infancia
en blanco y negro y como una película de Truffaut, más
que como el universo mágico que presenta
Amélie
.
Nuestro mundo era más duro, con más secretos, y en
todo lo que cuento me parece que no hay nada ligero,
aunque pueda parecerlo.
El humor, del que hay tanto en el libro, es una
defensa contra esa dureza, y un rasgo “muy hebreo”,
como lo es un cierto fatalismo que también a veces,
surge en la obra…
Sí, claro, es un rasgo muy nuestro. Recientemente, en un
congreso celebrado en Madrid, “La vida en Haketía - Para
que no se pierda”, los asistentes nos partíamos de la risa,
y yo estaba siempre dudando entre reír o llorar.
Ese sentido del humor está en el libro y era un arma para
enfrentarse a las situaciones más difíciles, porque enton-
ces, en mi familia, nos reíamos de todo. Yo he reconstrui-
“Yo veo mi infancia en blanco y
negro y como una película de
Truffaut, más que como el universo
mágico que presenta Amélie”
Quizás la primea idea que transmite “Peque-
ñas historias…” es la de la diferencia, su protagonista
se siente diferente…
Sí, pero ese es un punto muy profundo en el libro. El
sentirse diferente en el barrio, en la escuela, incluso
dentro de la propia familia y ese sentido de la diferencia
es lo que te lleva escribir un día. Mi familia, los cinco,
éramos distintos del resto de nuestra familia, distintos
en el barrio por nuestro apellido, por nuestro origen....
Pero todos lo eran, los demás también tienen un mundo
propio en sus casas… niños de origen árabe, portu-
gués… En cada casa había otros secretos, otras diferen-
cias, incluso situaciones peores que la nuestra.
Y la diferencia se convierte en algo positivo y
enriquecedor para la protagonista…
Sí, pero esa aceptación ocurre durante el proceso de
escritura del libro que yo empiezo después del falleci-
miento de mi padre. Siempre tuve el proyecto de escribir
algo sobre la Haketía, la lengua de los judeo-españoles
en Marruecos, y sobre la cultura que mis padres nos
transmitieron. Una cultura que se nos va y que ya en mi
generación está casi perdida.
Mis padres, él de Larache y ella de Tánger, mantuvieron
el idioma y su cultura tradicional, y yo tenía el proyecto
de hacer algo, quizás en el terreno académico, entregar
un testimonio para preservar esas diferencias. Pero
cuando falleció mi padre me entraron las prisas por
hacerlo, y como ya trabajaba en un campo universitario
diferente, empecé la novela, quizá sin pensarlo demasia-
do, porque la muerte te da un valor que hace que casi
todo pierda importancia y te atreves a ello.
Pero el libro que surge de ese fallecimiento, en
el fondo transmite felicidad…
Sí, pero es una felicidad muy trabajada. La alegría se
sobrepone a los sentimientos de entonces de la prota-
gonista, porque fue duro, aunque visto desde hoy,
éramos felices. Y, además, no quería que el lector nos
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