R.J. Palacio vive en Nueva York, junto a su marido, sus
dos hijos y dos perros. Ha sido directora de arte y
diseñadora de cubiertas de libros, por lo que durante
muchos años se ha encargado del diseño de cientos de
portadas de obras escritas por autores de fama. Siem-
pre le gustó escribir pero decidió esperar a que llegara el
momento perfecto en su vida para hacerlo. Sin embar-
go, después de veinte años diseñando portadas para
otros, se dio cuenta de que el momento idóneo nunca
se presentaría. Nunca hay un momento perfecto para
comenzar a escribir. Así que decidió lanzarse. “La
lección de August” es su primera novela y aunque no se
ha encargado del diseño de la portada, le encanta.
La lección de August
es una novela llena de
realismo y ternura que empuja al lector
a sacar lo mejor de sí mismo.
Su autora, R.J. Palacio, comparte con SL sus ideas
sobra la novela, sobre Auggie, su protagonista, y
sobre la literatura en general.
De vez en cuando aparece un libro que nos lleva a
decir “es increíble, ¿puede ser tan bueno como creo
que es?” En el caso de
La lección de August
,
la
respuesta es SÍ. Se trata de una de esas novelas que
se leen de una tirada y que, al concluirlas, no
puedes evitar seguir evocando a sus personajes y
situaciones.
¿
Cómo surgió la idea de escribir este libro?
Hace cinco años llevé a mis hijos a visitar a una amiga
mía que vive en las afueras. Hicimos una parada en
una heladería y en un momento dado nos encontra-
mos sentados al lado de una niña pequeña que tenía
el aspecto que Auggie tiene en el libro. Ella estaba
sentada cerca de nosotros con su madre y una amiga.
Mi hijo pequeño tenía entonces unos tres años y reac-
cionó exactamente de la manera que piensas que un
SL
ENTREVISTA
12
TROA
niño de esa edad va a reaccionar cuando ve algo que
le asusta: comenzó a llorar, bastante alto. Y aunque mi
hijo mayor tenía diez años lo que hizo fue quedarse
mirando fijamente, pero su expresión lo decía todo a
pesar de sus esfuerzos para controlarse: parecía como
si alguien le hubiera golpeado. Fue horrible, por todo,
y me levanté tan rápido como pude para salir de
aquella situación, no por los niños, por supuesto, sino
para resguardar los sentimientos de la niña. Mientras
empujaba el carrito de mi hijo escuché a la madre de
la niña decir en un tono tan dulce y tranquilo como
puedas imaginar: “Muy bien chicos, creo que es hora
de irse”. Y aquello me llegó al corazón.
De camino a casa no pude dejar de pensar en cómo
había sucedido aquello. Se me ocurrió que a lo mejor
esa niña y su madre habían pasado por situaciones
similares docenas de veces, cientos de veces. ¿Cómo
sería aquello? ¿Qué podría enseñar a mis hijos para
que pudieran comprender cómo reaccionar mejor la
próxima vez? ¿Es “no te quedes mirando” lo que hay
que enseñar o hay algo más profundo? Todos esos
pensamientos rondaron por mi cabeza durante el
largo camino de vuelta a casa, mientras mis hijos
dormían en los asientos traseros del coche. Estaba
literalmente obsesionada con el
tema, así que
después de un rato encendí la radio para quitármelo
de la cabeza y la primera canción que sonó fue
Wonder
,
de Natalie Marchant. Fue asombroso porque
esta canción ha sido siempre una de mis favoritas,
pero aquella noche las palabras realmente me impac-
taron, como si las estuviera escuchando por primera
vez: “Han venido médicos de ciudades lejanas solo
para verme y agacharse sobre mi cama sin creer lo
que veían. Dicen que debo ser una de las maravillas
de la creación de Dios, pero son incapaces de ofrecer
una explicación”. Es como si la canción hubiera sido
escrita para la niña que acababa de ver.