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potenciado por el modelo familiar. Un

ejemplo educa más que mil palabras.

Una madre o un padre obsesionados

por su físico trasmitirán esa misma

obsesión. Eso no significa que no

debamos cuidar nuestra imagen, al

contrario, pues la educación en el

cuidado del aspecto externo es muy

importante. No estamos jugando en el

campo de la estética, sino en el de la

formación del carácter. Los adolescen-

tes se miran mucho al espejo pero no

ven lo que los otros ven: hemos de

ponerles otro espejo para que vean el

reflejo de su reflejo. Un tipo de ropa

puede significar para ellos comodidad,

pero puede ser interpretado de muchas

otras maneras por las personas que

están a su alrededor.

¿La transpiración de

valores es por sí misma eficaz dada

la poca atención que los adolescen-

tes dedican a sus mayores?

La única forma de transmitir valores es

viviéndolos. Si hemos conseguido que

nuestros hijos los interioricen, cuando

lleguen a la adolescencia, momento en

que se sumergen en sí mismos, los

encontrarán. De cualquier forma,

aunque nos parezca que “pasan” de

nosotros, se fijan mucho más de lo que

pensamos y su vara de medir es

nuestra coherencia o incoherencia.

¿Es bueno ir preparando al

preadolescente ante lo que signifi-

ca la adolescencia? ¿Es mejor

adelantarse a los acontecimientos

o esperar a que se hagan realidad?

Por supuesto:

más vale llegar un año

antes que un minuto después.

Pero

los que realmente debemos estar

preparados somos los padres, para

tener la serenidad necesaria que esta

etapa requiere. Hemos de entender

que un adolescente no puede actuar de

una forma estable, madura y calmada,

porque, entonces, no sería una adoles-

cente. En esta etapa, hemos de renun-

ciar a enjuiciar y conjugar los verbos

comprender, ayudar y desaparecer.

¿No etiquetar para no

precintar puede producir ambi-

güedad al correr riesgo de

indefinición?

El verbo “ser” califica o descalifica de

manera radical: “qué le voy a hacer si

soy travieso o soy vago”, piensa el

niño o el adolescente si hemos

abusado de un verbo tan categórico;

mientras que el uso del “estar” baja al

nivel de las circunstancias, de las

situaciones concretas, del comporta-

miento: “estoy vago, pero no lo soy”,

es una forma radicalmente diferente

de funcionar por la vida. Por eso,

los

padres debemos usar el “ser” para

lo positivo y el “estar” para lo

mejorable.

Hemos de cambiar el

dilema de Hamlet, “ser o no ser”, por

el de “ser o estar”. Tenemos que

decidir entre encasillar a los hijos, se

entiende en categorías negativas, o de

advertirles que están insoportables,

maleducados, torpes, aburridos…,

pero no que lo son.

maeva

A FONDO

SL

TROA

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