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C

omo cada verano, mamá, algo nerviosa por

exceso de cansancio, prepara las maletas, mientras papá

ha ido a revisar el coche. Los niños, felices por irse de

vacaciones, andan revoloteando de aquí para allá,

trayendo todo tipo de cosas innecesarias que quieren

llevarse: peluches, legos, juegos incompletos, “playmos”

desparejados. Cuando la peque aparece con su mantita,

de la que nunca se separa y sin la que no puede dormir,

mamá pega un grito: “¡Es una maleta, no un baúl!

Además, todavía tengo que meter los libros”.

Escena familiar de hace unos cuantos años (o

décadas, dirán los más jóvenes), estoy segura de que se

repite, con los cambios inherentes al Zeitgeist, en

multitud de hogares españoles en julio y agosto. Sólo que

ahora es mucho más fácil: los coches ya no tienen el agua

que se calentaba invariablemente y el aceite que se

consumía sin parar, la mayoría de los españoles tienen

una segunda vivienda provista de todos los enseres

domésticos y donde los niños han trasladado parte de los

muchos regalos repetidos que reciben, mientras que los

libros, además de papel, pueden llevarse en cómodos

formatos digitales.

Pero ¿qué libros y cuántos? Desde páginas de

suplementos culturales y revistas de toda clase, así como

desde escaparates de librerías, se ofrecen listas variopin-

tas: los top del verano, los libros para llevar a la playa, los

imprescindibles de la montaña, los 10 (ó 20 ó 100) más

leídos, amén de guías de viaje para todos los

gustos y bolsillos.

No quiero caer en una falta de

“civilidad y cristiandad”, como decía

Pascal

y

repetía

Jiménez Lozano

, así no hablaré de “mi”

maleta de libros del verano. Me limitaré a

sugerir unas cuantas ideas de lectura, que

espero les sirvan de inspiración.

EL CLÁSICO OLVIDADO O NUNCA LEÍDO

¿

Guerra y paz

? ¿

En busca del tiempo

pérdido

? ¿

Fortunata y Jacinta

? ¿

Ulises

? ¿

La

montaña mágica

? ¡Cuántas veces habremos oído

estos títulos (y muchos otros) y habremos

contestado con un tembloroso e inseguro: “me

encantó”. No hay vergüenza en reconocer que

no hemos leído una obra maestra que todo el

mundo conoce, porque ¡hay tantas! Tampoco en

confesar que nos hemos quedado en las

primeras páginas por distintos motivos: era una

lectura obligada en la escuela, nos la había

regalado la abuela en un cumpleaños, le gustaba

a un primer novio con el que rompimos ensegui-

da (y de paso ¡también rompimos el libro!). ¡Es

una pena! Estos clásicos se ganaron a pulso su

lugar en la memoria de tantas y tantas genera-

ciones, porque hablan del hombre de ayer y de

hoy, sus vivencias y sus pasiones, sus logros y

sus fracasos, su vida y, más importante todavía,

su estar ante la muerte. Se da el caso de haber

leído a un clásico a la edad o en el contexto

inadecuados, sin saborearlo y sin comprenderlo

del todo. ¿Qué guardamos del primer encuentro

con

Don Quijote

,

Hamlet

,

Fausto

o

Don Juan

Tenorio

? ¿ Acompañamos al primero hasta el

final de sus aventuras, comprendimos la

desesperación del segundo, compartimos el

deseo de eterna juventud del tercero, nos

maravillamos ante la bravura del último frente a

la muerte? Un clásico habla al lector con una voz

siempre nueva, a cada nuevo momento de su

existencia. “Es cualquier libro discreto/(que si

cansa de hablar deja)/un amigo que aconseja/y

que reprende en secreto”, escribía

Lope

y añadía

Quevedo

: “Vivo en conversación con los

difuntos/y escucho con mis ojos a los muertos”.

Busquemos en el verano la amistad de

un clásico nunca leído u olvidado, seguros de

que su conversación nos hará más ricos en

sabiduría y más expertos en el vivir, tengamos la

edad que tengamos.

EL PREMIO LITERARIO

Decía el escritor

Eric-Emmanuel

Schmidt

que hay en Francia “tantos premios

literarios como quesos o días en el año”. No sé

exactamente cuántos hay en España, pero

seguro que llegan al menos al centenar. Y lo

mismo pasará en otros países. Atacados,

denostados, despreciados, minusvalorados,

ironizados (y un largo etcétera), los premios

literarios tienen la gran ventaja de tomar el

pulso de la sociedad de hoy. Responden a lo que

H.R. Jauss

llamaba “expectativas del lector”. Leer

¿Qué libros

hay que meter

en la maleta?

¿Cuántos

deberían

acompañar-

nos?

LA MALETA

DE LOS LIBROS

DOINA POPA-LISEANU

Doctora en Filología francesa y profesora titular de la UNED

Presidenta de la

Fundación TROA

SL

A FONDO

8

TROA