BENDITOS SEAN LOS MUERTOS

Los protagonistas de la novela, el oficial E. Cooper y el agente de color Shabalala de la policía de Sudáfrica, reciben el encargo de identificar el cadáver de una joven aparecido en territorio habitado por diversas tribus de la etnia zulú. Localizado el cuerpo en una región montañosa, con signos de violencia, no reciben ayuda de las autoridades locales por tratarse de una adolescente de raza negra.
La acción se desarrolla durante el otoño de 1953, en pleno régimen sudafricano de segregación racial, que negaba a los indígenas el pleno ejercicio de sus derechos civiles. Sin embargo, el detective Cooper, de raza blanca, llevaba a cabo sus investigaciones con la ayuda del fiel Shabalala, que, buen conocedor de las tradiciones zulúes, aconsejaba a su jefe el mejor modo de evitar enfrentamientos con los nativos. Los dos policías se encuentran con la hostilidad y el rechazo de ambas sociedades, de blancos y negros porque, el crimen de la joven pone al descubierto el odio racial oculto bajo una forzada convivencia en paz. El ambiente local, las descripciones del paisaje y la fauna africanos, así como de las costumbres ancestrales de los zulúes sirven de marco ambiental a la intriga policiaca de fondo que adquiere así notable originalidad en su planteamiento e inesperado desenlace. Tanto al exponer el sincretismo religioso de los nativos, como al presentar a los blancos en su vertiente explotadora, la obra crea un clima relativista que condiciona de forma negativa la conducta de los protagonistas. En particular las relaciones amorosas del oficial Cooper se muestran, sin excesivo detalle, ausentes de cualquier referencia moral.

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