CAMINAR LA VIDA

Este ensayo de tono divulgativo sobre el camino y la búsqueda de sentido de los caminantes es el segundo que publica el autor sobre el tema. En 2014 apareció Elogio del caminar, también en Siruela. El sencillo acto de ponerse a andar, de alejarse de la ciudad, es el punto de partida para romper con la rutina y la alienación de la urbe. Esta es la tesis del libro: para encontrarnos, necesitamos caminar; y caminar en la naturaleza.
El camino, mejor si es en solitario, con sus dificultades e imprevistos nos hará mirar hacia adentro y reconciliarnos con nuestro yo más íntimo. Pero no se trata de andar por andar, de desplazarse como ejercicio físico o como prueba competitiva, sino de andar contemplando, de dejarse asombrar por la belleza de la creación. Incluso a los caminantes sin fe, se les abren los ojos a algo grande que les trasciende, son los “momentos de gracia”.
Iniciar un viaje a pie puede ser el principio para romper con el sedentarismo. Caminar sin horario y sin prisas es una terapia contra frustraciones y enfermedades: “Tengo dos médicos, mi pierna derecha y mi pierna izquierda”, dice citando a G.M. Trevelyan. Encontrar la continuidad entre el propio cuerpo y el medio natural, depender solo de sí, percibir el cansancio o los miedos e imprevistos, son formas de experimentar los propios límites y de reconocernos. Queda en sombras la idea de que lograr la plenitud personal pareciera que solo es posible en solitario, aunque el autor no participa de esta restricción.
El libro se lee bien, es ameno en sus variadas consideraciones y por las frecuentes y oportunas citas y referencias de viajeros famosos o experiencias de itinerarios famosos como el del Camino de Santiago. Quizá algún lector pueda sentir una sensación de reiteración o abigarramiento de ideas, pero, en general, mantiene la atención. Es un canto a la lentitud y a la contemplación, al ritmo de la naturaleza.

Francisco Andrés