DIARIO DE UN VIEJO CABEZOTA

Diario de un viejo cabezota es la tercera entrega de una trilogía curiosa, entre otras cosas, porque los textos no tienen entre sí ninguna relación argumental y el lector no necesita empezar por uno en concreto; ni siquiera sospecha que existen otros libros. La relación es más bien de proyecto literario. Pablo Martín Sánchez se propuso explorar en tres historias de ficción los tres elementos que considera esenciales de toda narración. En El anarquista que se llamaba como yo trata de los personajes; en Tuyo es el mañana, el tiempo; y en Diario de un viejo cabezota explora el espacio como elemento del contar.
Esta secuencia da ya una idea de cuál es la clave de lectura en la que uno se sentirá menos confuso: es una novela sobre los vínculos de la tierra y de la sangre. Pero también se puede leer como una distopía en el sentido más clásico. En 2066 España ha sido abandonada porque la península se va a convertir en un inmenso complejo militar. Sin embargo, unos pocos se negaron a marcharse y se les concedió una moratoria de unos meses, hasta el 1 de octubre. El libro cuenta esos últimos meses de la prórroga. La voz narradora es un anciano testarudo, como ya indica el título, que se ha atrincherado con otros disidentes en un hospital abandonado en Reus (Tarragona) y va consignando en las páginas blancas de los libros de la biblioteca cómo vive el fin del mundo.
Sin ser una obra maestra, la narración se sostiene con solvencia, y tiene la rareza, para los amantes españoles del género, de haber sido producida en nuestra lengua y, sobre todo, en nuestro espacio, así que los lectores disfrutarán de una novela futurista que, por fin, no ocurre en Estados Unidos. De todos modos no es puro entretenimiento: un análisis detenido de las ideas de fondo remueve unas cuantas buenas preguntas.

TROA