EL AZUL DEL INFIERNO

Nuevos episodios de las integrantes del club de calceta creado en Nueva York por Georgia Walker. Muerta la fundadora, las demás mujeres del grupo mantienen su amistad y algunas de ellas cuidan de la hija adolescente de Georgia e incluso tratan con el padre de ésta, quien no se casó con la madre pero sí se responsabilizó de su paternidad.
La obra, igual que la primera parte, con la que mantiene una semejanza total de fondo y forma, es una típica novela sentimental dirigida a público poco exigente en cuanto a calidad literaria. La trama es entretenida gracias al número de personajes que tienen cabida en ella, la mayoría mujeres enfrentadas a problemas afectivos, familiares y profesionales típicos de la condición femenina en la sociedad actual. Divorciadas, casadas, emparejadas o solteras madres gracias a un donante desconocido, todas llevan una vida muy activa, conceden gran importancia al trabajo o al dinero y a la práctica sexual, que entienden con un sentido mitad higiénico, mitad amoroso. Tras muchos enredos, contados con un lenguaje más coloquial que literario y bastante pobre en expresividad y vocabulario, la acción tiende a enderezar su efervescencia sentimental hacia relaciones estables. No obstante, la conducta de las protagonistas en este aspecto es ajena a cualquier esquema de principios morales objetivos, limitándose a guardar ciertas normas de discreción social y buena educación, y a dar por válida toda forma de obrar si se adopta libremente y sin agredir a terceros. En noviembre de 1989, Carlos Barral (Barcelona, 1928-1989) comenzó a escribir una "nouvelle" de encargo: un relato inspirado en el cuadro "El paso de la laguna Estigia", del pintor flamenco Patinir, expuesto en el Museo del Prado, que representa a Caronte con su barca en medio de la laguna, dirigiéndose al infierno. Pero el autor falleció apenas un mes después, dejando la narración inconclusa.
Carlos Barral, que ante todo quiso ser poeta, formó parte de la generación literaria de los 50 y empezó pronto a trabajar en la empresa editorial de su familia, de la que hizo un referente en el mundo literario hispano de la época. Este texto iba a inaugurar un proyecto editorial enfocado a explorar el papel de la pintura como fuente de inspiración literaria, y probablemente el cuadro de Patinir era uno de sus preferidos. Ya Barral había dedicado en otras obras diversas reflexiones al miedo a la muerte, que aquí se iba a convertir en el protagonista de su relato. Esta edición está muy cuidada, con unas palabras preliminares de Mario Vargas Llosa y el epílogo a cargo de Malcolm Otero Barral, y con una reproducción facsímil de su diario hasta el 5 de diciembre de 1989, además de una ilustración del propio Barral. Se muestra así un análisis del proceso de creación literaria y cómo trabajaba la ficción.

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