EL LADRÓN DE TATUAJES

La novela contiene una serie de ingredientes un tanto tópicos que se dan en muchas novelas policiacas: un policía de 29 años recién nombrado que se enfrenta a su primer caso, lo que suscita las envidias del policía más veterano que le trata con ironía; un jefe superior preocupado por quedar bien y obtener resultados rápidos y una prensa oliscona incordiando en la labor policial. No puede faltar una tenue historia de amor.
Todo comienza cuando una tatuadora, Marni Mullins, en un descanso del trabajo, al ir a tirar un vaso de café se encuentra con un cadáver desollado en una situación lastimosa. Da parte a la policía y el inspector Francis Sullivan se hace cargo del caso. No hay ni huellas, ni rastros, ni las cámaras aportan imágenes que puedan servir. Así comienza la investigación en la que todas las desavenencias entre los dos policías salen al descubierto, pero Francis, aunque tiene que enfrentarse con el Jefe, consigue salir airoso de las situaciones. Un nuevo asesinato hace que se avance la hipótesis de estar ante un asesino en serie.
El lector, como cada capítulo comienza con un monólogo del asesino, sabe que tiene previsto seguir matando y arrancando tatuajes para un coleccionista del que se ignora todo. El asesino -una de las grandes bazas de la novela- va contando retazos de su vida, mostrando su patología psíquica y su trauma familiar.
Solo una casualidad hará que el caso avance y que se llegue a detener al asesino, pero quedará todavía por descubrir al coleccionista. Hay tensión en todo momento y las historias humanas de los personajes están bien elaboradas. La autora ha sabido entrar en el mundo de los tatuajes, la cultura que hay por debajo y la filosofía de los tatuadores y de los que buscan tatuarse.

Alberto Portolés