EL NIÑO QUE DIBUJABA UN MUNDO NUEVO

Roland Watson-Grant, originario de Jamaica, se inicia como escritor con El niño que dibujaba un mundo nuevo, una novela de iniciación en la que ingenuidad, humor, ternura, superstición, religiosidad, ecología, familia, amistad y tragedia forman un engranaje perfectamente ensamblado.
Skid es el menor de los cuatro hermanos Beaumont. Niño avispado, travieso y con una gran imaginación, hará al lector confidente de todas sus observaciones y experiencias desde los tres años hasta alcanzar la adolescencia. Recién casados, sus padres se establecieron en una casucha a orillas de un pantano a las afueras de Nueva Orleans, siguiendo un sueño de su padre con el que aseguraba que la ciudad llegaría pronto hasta aquel arrabal mejorando su nivel de vida considerablemente. En una casa próxima viven los Campbell, un matrimonio de ancianos, antiguos amigos de la familia con un hijo delincuente. Papá Campbell, en cuanto se da cuenta que Skid puede empezar a entender, le contará el pasado de sus padres en la isla de San Taínos, el origen de su antigua amistad y la habilidad de su madre para la hechicería. Este hecho le lleva al muchacho a confirmar sus sospechas: su hermano Frico puede cambiar la realidad dibujándola como mejor le parezca por haber heredado los poderes de su madre, es así como Skid se propondrá conseguir por todos los medios que su hermano haga uso de ellos para beneficio de la familia.
Watson-Grant ha sabido dar belleza a algo objetivamente feo a través de la ingenua mirada de un niño. Para él no hay tragedias sino sucesos en los que la magia tiene mucho que decir. El hecho religioso, aunque con tintes de magia y superstición, está en general bien tratado.

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