EL VERANO DE NUNCA ACABAR

Margarita Melgar, pseudónimo que integra como coautoras a Montse Ganes, escritora de literatura infantil, y Ana Sanz Magallón, consultora de guiones, presenta El verano de nunca acabar, su segunda novela.
Pilar y Carlos son dos ancianos nonagenarios residentes en el geriátrico Parquenuevo. Ella viuda, madre de siete hijos y perteneciente a la aristocracia española; y él sin pareja estable, catedrático universitario y comunista, se han reencontrado allí después que la Guerra Civil española los separara bruscamente ochenta años atrás. Con la audacia de sus rejuvenecidos corazones deciden celebrar una cena romántica en la azotea del edificio. Al concluirla, inician un baile con la misma canción de Fred Astaire que sonaba el día que se conocieron, con tan mala fortuna, que con el frenesí de los giros terminan desplomados en el suelo ocho pisos más abajo. Las familias de ambos son avisadas y cuando se disponen a enterrarlos tal como suponían que ellos hubieran querido aparece Alfredo, el notario pusilánime de Alhorín del Cerro, un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca donde Pilar y Carlos decidieron modificar sus testamentos, dictaminar sus últimas voluntades y comprar un terreno donde está la encina junto a la que se conocieron. Herederos de una finca en común, las dos familias, de ideas completamente contrapuestas, deberán solucionar sus diferencias para conseguir llegar a un acuerdo que satisfaga a todos en el reparto del terreno.
Las autoras parten de la idea de las dos Españas llevándola al extremo. La familia de Pilar, tradicionalmente de derechas, estará compuesta por aristócratas, parias de las herencias familiares, machistas, curas, católicos puritanos, antiabortistas, taurinos, pijos, etc.; mientras que la de Carlos la formarán comunistas, irreverentes, abortistas, transexuales, gais, feministas, alternativos, radicales, etc. Izquierdas y derechas están divididas con los tópicos asignados habitualmente a cada una llevadas al absurdo.
Los personajes poco elaborados, extremadamente ridículos y encorsetados en un cliché con poco margen, no consiguen aportar el interés suficiente que pudiera empujar a una reflexión mínimamente seria sobre la reconciliación política o social en España.
No parece que la intención de las autoras vaya más allá de provocar hilaridad en los lectores con una historia simple, previsible y con una puesta en escena de la clase política intelectualmente deficiente y completamente inútil.

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