ESCLAVOS DEL HONOR

En su primera novela Esclavos del honor, Raúl Borrás San León
(Valencia, 1974) reconstruye la hazaña de la Compañía de cazadores que, al mando del capitán De Las Morenas y del teniente Martín Cerezo defendieron la posición de Baler frente a los furiosos asaltos de las milicias revolucionarias durante la guerra de secesión de las colonias de España en las Islas Filipinas.
El destacamento fue enviado al pueblo de Baler, en plena selva tropical, con el fin de relevar a las fuerzas que habían defendido la plaza al comienzo de las hostilidades. En junio de 1898, mientras se celebraban conversaciones de paz, los dos oficiales citados, con una dotación de medio centenar de veteranos, se hicieron fuertes en los edificios próximos a la iglesia, la construcción más sólida y segura de la aldea que, en caso necesario, se convertiría en fortaleza defensiva capaz de resistir el previsible acoso del ejército enemigo. Aunque el capitán De Las Morenas intentó una política de acercamiento con los cabecillas locales, no logró convencer a los insurrectos que, bajo apariencia pacífica, se disponían a aniquilar a los militares que representaban al gobierno español. El relato de los acontecimientos corre a cargo de protagonistas de los hechos vistos desde la perspectiva de los bandos enfrentados, aunque las referencias más detalladas se corresponden con las notas, cartas familiares y partes diarios de los oficiales españoles bajo cuya responsabilidad quedaba la defensa del baluarte. Los capítulos se encabezan con la referencia a los días de asedio, desde el primero, que da comienzo el 1 de julio de 1898, hasta el último, con la salida honrosa de los supervivientes, que tuvo lugar el 2 de junio de 1899. Destacan, por un lado, las descripciones sobre las tácticas defensivas de los sitiados, al tiempo que se describen las maniobras y conversaciones que tuvieron lugar entre las autoridades del gobierno español en Madrid y los dirigentes filipinos desde Manila, para solucionar el conflicto. La tenacidad, patriotismo y competencia profesional de los oficiales al mando y el valor de la tropa aparecen presentados como ejemplo ante la apatía y comodidad de los políticos que, desde la corte madrileña, fueron incapaces de defender con dignidad los intereses nacionales. En cambio, los defensores de Baler, un puñado de militares perdidos en la selva, en el clima sofocante del trópico, carente de alimentos y castigado por las enfermedades se negó a rendir la plaza hasta no recibir las órdenes de sus mandos superiores. El estilo ágil y suelto de Raúl Borrás respeta, sin perder amenidad, la veracidad histórica de un acontecimiento que admiró en su día a la opinión pública española y recibió elogios de sus rivales filipinos y de oficiales del ejército de los Estados Unidos que intervinieron en el conflicto. Un episodio fuera de contexto, dedicado a narrar una escena de prostíbulo en Madrid a cargo de un oficial, desdice del buen tono general de la obra, donde las convicciones religiosas de los combatientes se exponen como parte esencial de su conducta como personas y soldados.

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