LOS MONTES ANTIGUOS

Es un libro particular. Se encuentra a caballo entre la novela y el ensayo, con frecuentes reflexiones al hilo de la narración; eso sí, la consideración no estorba la acción, sino que la complementa desde la visión interior del personaje o del narrador. Es una novela más de historias, de personas, que de contenidos. No hay una tesis política o social que defender sino el protagonismo de hombres individuales y de ese pasado que jamás volverá. Aunque, más que reivindicar el pasado, lo que pretende es rescatarlo.
Bajo las vidas de los personajes corrientes y molientes de Valonsadero y su comarca, vecina de Soria capital, en un tiempo narrativo que abarca desde principios del siglo pasado hasta la actualidad del autor, late en el libro un tono elegíaco, más de melancolía que de tristeza. Como un deseo infinito de eternidad que va más allá de lo social o histórico concreto, un deseo que refleja al ser humano de cualquier época. El lector, al acabar la novela, queda con una sensación de nostalgia y de pérdida.
Se nos hace conscientes del paso del tiempo y de la pérdida de unas vidas valiosas porque estaban enraizadas en la tierra y acordes con los ciclos naturales. Vidas que sabían leer el cielo y la tierra, sabias en su inteligencia natural. Es un acierto presentar a estos personajes corrientes de modo tan atractivo y humano que se hacen cercanos al lector.
Mención especial merecen estilo y lenguaje. Hay varios registros, desde el lírico hasta el narrativo o el oral. La descripción de valles, montes y desfiladeros, bosques y casas, la flora y la variedad de árboles, etc., se adorna con imágenes y comparaciones visuales que, por razón de su continuidad, quizá hagan morosa la lectura; a la vez, muchas palabras terruñeras obligarán al lector contemporáneo a echar mano del diccionario. En la segunda y tercera parte la narración toma más protagonismo, aunque la descripción siempre está presente.

Francisco Andrés