MUJERES DE LA REVOLUCIÓN

“Al salir de sus audiencias, mientras se amontonaban en las carretas las personas que él enviaba a la muerte (madres con sus hijos, maridos con sus mujeres, ancianas religiosas y jovencitas de dieciséis años), este hombre terrible regresaba a su casa, se sentaba a la mesa entre su mujer y su tía, comía con buen apetito y hacía saltar a sus niños sobre las rodillas”. Este aterrador testimonio de la banalidad del mal que fácilmente lo encuadraríamos en el siglo XX, lo recoge el historiador francés Georges Lenotre (1855-1935) en Mujeres de la Revolución, un clásico de la historia contemporánea gala con 130 ediciones desde su publicación que retrata la vida de siete víctimas de los dramáticos acontecimientos de finales del siglo XVIII durante la revolución francesa.
Escrito con rigor y agilidad, y apoyado en documentos históricos, actas de los tribunales revolucionarios e informes de los archivos nacionales, el autor narra la persecución, denuncias, detenciones y condenas que sufrieron protagonistas y testigos: “hubo que subirla al cadalso; aquí aún la espera del espanto horrible, la garganta sin gritos, la loca angustia de ver, allí abajo, toda aquella multitud de gentes vivas que bromean. (…) Ahí va la Mère Duchesne; a la guillotina, ¡drelin, drelin!” La violación de conventos de monjas, la vida de la esposa de un juez asesino de masas, la de la hermana de Robespierre, el trágico destino de la emigración o, entre otras historias, la carmelita que se enfrentó al Terror son algunos de los relatos que aparecen en esta obra.
Aunque el lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad” surgiera en la Revolución francesa, Lenotre demuestra en este libro y en El París de la Revolución (Ediciones More) que su puesta en práctica fue una falacia; es un mito moderno. Hubo más violencia que concordia, además de que esas tres supuestas “nuevas” ideas en realidad fueron una superposición secularizada de las virtudes cristianas, como expone el historiador británico C. Dawson en Los dioses de la revolución. Pablo Ortiz Soto.

Pablo Ortiz