NOCHES INSOMNES

En el primer movimiento de este libro, Elizabeth Hardwick (1916-2007) lo define como “un ejercicio de memoria transformada, distorsionada incluso”. La autora tenía más de sesenta años cuando escribió esta suerte de confesión, que repasa las ciudades de su vida, las personas –algunas con nombre y apellido, otras con sus iniciales– que le marcaron o las situaciones que le dejaron huella.
Hardwick, más conocida como crítica literaria y ensayista, no ofrece una cronología fría y lineal de los hechos, sino un inventario de emociones y reflexiones, muy personales y, en algunas ocasiones, elípticas. En este cajón de sastre, cabe de todo: la relación con sus padres, sus primeros amores (“siempre, durante toda mi vida, he buscado la ayuda de un hombre”), sus amistades, tanto masculinas como femeninas, su fascinación por la figura de la cantante Billie Holiday, sus progresos intelectuales y sus simpatías políticas, o su relación con las mujeres de la limpieza que sirvieron en sus casas… A quien no invoca directamente es a su ex marido, el poeta Robert Lowell, que se materializa, no obstante, cuando habla de un pasado en el que “yo era un nosotros”.
A Hardwick le bastan unas pocas palabras para esbozar un recuerdo o presentarnos a un personaje. Más allá de la belleza de su prosa, llena por lo demás de iluminaciones poéticas, Noches insomnes permanece por la mirada de su autora, empática y objetiva, y no exenta de nostalgia.
Porque el mundo que Hardwick describió en estas páginas había dejado de existir en el momento de redactar su “testamento”. No existían los lugares y tampoco muchos de sus compañeros de viaje (“cuando pienso en la gente a la que he enterrado en el norte y en el sur”). Existía, sí, una voz madura y sensible, que, sin duda, cautivará a aquellos lectores que se atrevan a volar sin la red de la acción y el argumento (aunque podría frustrar a otros).

TROA