REFLEJOS EN UN LAGO DEL HIMALAYA DE JETSUNMA  TENZIN PALMO

REFLEJOS EN UN LAGO DEL HIMALAYA DE JETSUNMA TENZIN PALMO

BUDISMO DESDE LA EXPERIENCIA

20,00 €

  • Editorial: EDITORIALES VARIAS
  • Año de edición:
  • Materia: Religiones
  • ISBN: 978-84-96478-39-8
  • Páginas: 240
  • Encuadernación: Cartoné
  • Colección: < Genérica >
  • Idioma: Español

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Reflejos en un lago del Himalaya

Jetsunma Tenzin Palmo



Esta luminosa colección de enseñanzas de darma de Tenzin Palmo afronta cuestiones sobre muchas de las inquietudes habituales de los practicantes budistas de todas las tradiciones. Escrito desde sus propias vivencias, pleno de perspicacia y agudeza, nos ofrece un enfoque no sectario, inspirador y accesible acerca de la práctica del despertar.



Tenzin Palmo (Londres, 1943). A los veinte años viajó a India en busca de un maestro y un año después se convirtió en una de las primeras mujeres occidentales en recibir ordenación como monja budista en la tradición tibetana, condición que continúa manteniendo más de cuarenta años después. Al concluir un periodo doce años de estudio y frecuentes periodos de mediación en solitario durante los largos invierno del Himalaya, buscó un lugar para meditar en total aislamiento. En una remota área de Lahoul, al norte de la India, encontró una cueva apropiada donde vivió y practicó durante doce años. Permaneció recluida dentro de la cueva a causa de la nieve más de seis meses al año. En ese entorno pudo proseguir una práctica intensa de meditación que se refleja en las páginas de este libro con expresiones llenas de vivencias meditativas adquiridas día a día. Esta obra nos ofrece un modelo de innegable práctica espiritual que rivaliza con los grandes yoguis y meditadores de antaño.

Recientemente el cabeza del linaje drukpa kagyu le ha otorgado el título de Jetsunma que en tibetano significa venerable maestra.



"Tenzin Palmo es una de las más genuinas y experimentadas practicantes de darma occidentales".

Jack Kornfield autor de Un camino con corazón



"En su estilo compasivo y directo, la monja Tenzin Palmo nos ofrece una perspicaz explicación de las enseñanzas del Buda... su lectura es una deleite".

Thubten Chodron autora de Corazón abierto, mente lúcida



"Una de las verdaderas yoguinis de nuestro tiempo, que nos ofrece consejos profundos y lúcidos para todos los niveles de practicantes budistas. Ha sido capaz de rasgar los miles de velos que esconden nuestros propios engaños. Habla más desde la humildad de la experiencia que desde el carisma, sus palabras resuenan con la desnuda simplicidad de la claridad y la sabiduría. Su voz me recuerda continuamente todo aquello que he amado y apreciado como verdadero en esta vida".

Robert Beer dibujante y pintor de tangkas y autor de The Encyclopedia of Tibetan Symbols and Motif.





Una yoguini occidental

...Lahoul es un valle del Himalaya situado a una altitud entre 3.300 y 3.600 metros sobre el nivel del mar. El Himalaya forma una larga cadena montañosa a todo lo largo del norte de India; a un lado de las montañas queda Tíbet y al otro, India. Lahoul es uno de los muchos pequeños valles del Himalaya que geográficamente son de India, pero cuya cultura y religión son tibetanas. Está ubicado entre Manali y Ladakh y pasa casi ocho meses al año aislado del resto de India por la nieve. En ambos lados del valle hay varios pasos elevados que quedan bloqueados por la nieve durante ocho meses. En esos días no había teléfonos ni otros medios de comunicación de larga distancia, y la mayor parte del tiempo tampoco había electricidad; a veces no había correo durante semanas. Los indios que trabajaban allí consideraban el lugar como Siberia, y lo odiaban por su extremo aislamiento. Pero era perfecto para alguien que quisiese hacer un retiro.

Cuando llegué, me quedé en un pequeño monasterio kagyupa. Había un templo al lado de las montañas y más arriba había casas separadas. Tenían el techo plano, hecho de piedra y terminado con barro por dentro y por fuera como las casas tibetanas. Como es costumbre en Lahoul, el monasterio era compartido por monjes y monjas, lo que resultaba agradable. Por supuesto, los monjes estaban delante haciendo los rituales, mientras que las monjas estaban en la cocina preparando la comida. Yo me uní a los monjes. Me aseguré de estar delante haciendo los rituales también, ¡porque no había ido hasta Lahoul para aprender a cocinar! Tenía una pequeña casa en el recinto del monasterio. Era un lugar muy agradable, una comunidad pequeña muy amigable. Los lahousianos son personas muy sociables; cuando había alguna actividad, como el hilado, se reunían y trabajaban todos juntos. Iban de una casa a otra, por turnos, y en cada casa se ofrecía comida y todos trabajaban. Esto era muy bonito, pero también era una gran distracción para alguien que quería estar de retiro. Cuando llegué, una de las monjas me dijo: "Bueno, vas a necesitar veinte platos y veinte tazas" y pregunté: "¿Para qué veinte platos y veinte tazas?". Me explicó: "En el invierno nos gusta estar juntos y tener fiestas y nosotros somos veinte"; entonces dije: "En el invierno yo me voy de retiro y, aunque diese una fiesta, que cada cual traiga sus propios platos y tazas". Cuando llegó el invierno yo fui la única que se fue de retiro.

Es un lugar muy frío, pero muy agradable cuando brilla el sol. Después de cada nevada todos tienen que quitar la nieve de los tejados de tierra prensada; cuando están secos, se sientan en ellos al sol y conversan gritándose de un tejado a otro. Y, en medio de todo esto, estaba yo, repitiendo mis mantras. Pero el lugar no era muy propicio para retiros. Un día, un joven monje se instaló en el cuarto de arriba del mío y era como tener a un yak salvaje viviendo arriba. Entonces decidí que ya era hora de trasladarme y encontrar algún lugar tranquilo. Subí la cuesta cercana del monasterio para buscar un trozo de tierra con la idea de construir una casa de retiro. Lahoul en tibetano es Karsha Khandro Ling, que quiere decir Tierra de las dakinis. Las montañas sagradas de Vajrayogini y Chakrasamvara están localizadas en la región y muchos lamas me han asegurado que aún hay dakinis viviendo allí y, aunque hoy en día no se vean muy frecuentemente, realmente están allí.

Es un lugar sagrado y yo verdaderamente sentía que las dakinis estaban cerca de mí. Así que, cuando fui a la colina que estaba arriba del templo buscando un lugar, le dije a las dakinis: "Si me encuentran un lugar para el retiro les prometo que trataré sinceramente de hacer la práctica". Después tuve una sensación muy fuerte, como si me dijesen: "Sí, te oímos y así se hará". Me puse entonces muy contenta con el proyecto, bajé la colina segura de que todo se arreglaría. A la mañana siguiente fui a ver a una de las monjas y le conté que estaba pensando construir una pequeña casa de retiro en un lugar arriba del templo. Ella me dijo: "¿Cómo va a construir una casa? Para construir una casa necesita dinero y usted no lo tiene. ¿Por qué no vive en una cueva?". Le respondí: "¡Usted sabe que hay muy pocas cuevas en Lahoul y donde hay cuevas no hay agua y donde hay agua hay mucha gente!". "Eso es verdad -replicó- siempre decimos eso, pero justo anoche recordé que una anciana monja mencionó una cueva en la colina, que tiene una pradera al frente, árboles y una fuente de agua cercana. Yo nunca he visto el lugar, pero ella lo encontró". "Vamos a verlo", le dije.

Tuvimos que ir con la anciana monja, ¡que tenía ochenta años! Pero, afortunadamente para nosotros, era tan ágil como una cabra montesa. El lama principal, algunos otros monjes, algunas monjas, la anciana monja y yo subimos la colina. Y mientras subíamos no paraban de decirme: "No, no, no, no puede quedarse aquí. Está demasiado lejos. Debemos ver el humo de su chimenea". Pensaban que si no veían el humo durante varios días sabrían que yo estaba enferma. Sin embargo, no estaba convencida de estos argumentos porque una vez estuve enferma varios días en el monasterio y nadie vino a verme. También sucedió que en otra ocasión, cuando estaba perfectamente sana, haciendo fuego como siempre cada día, dos personas vinieron diciendo: "No hemos visto el humo en varios días, ¿está bien?". O sea, que el sistema no era infalible.

Finalmente, llegamos a la cueva que estaba a una hora, aproximadamente, del monasterio. No era realmente una cueva, para ser sincera, era más bien un saliente de la montaña. Hacía algunos años unos aldeanos habían cavado de tal forma que se pudiese permanecer dentro estando de pie, aplanaron la tierra y la reforzaron con piedras; también construyeron una pared de piedra al frente para estar ahí durante el verano con sus rebaños. Todas las piedras estaban aún allí, estaba casi lista para trasladarme. "Aquí voy a vivir", dije. Todos protestaron: "No, no, no, no puede quedarse aquí. Es demasiado alto, nadie ha vivido a esta altitud, se va a morir de frío"; pero yo dije: "Las cuevas son más calientes que las casas, así que no moriré de frío". Seguían insistiendo: "No puede vivir aquí, está demasiado aislado, puede venir gente a robarle". Les recordé que no había ladrones en Lahoul.

Tuvieron que darme la razón y durante el tiempo que pasé allí nadie entró a la cueva, aun dejando la puerta abierta. La gente venía, pero nunca se llevaron nada. También me decían: "Los hombres del campamento del ejército vendrán y la pueden violar". A lo cual les respondí: "Cuando lleguen arriba estarán demasiado exhaustos, así que los invitaré a sentarse y tomar una taza de té. ¡No me preocuparía por ellos!". Entonces creo que me dijeron: "Habrá serpientes"; la palabra tibetana para serpiente es drul. Les respondí: "No me importan las serpientes, me gustan", cosa que es verdad. Todos quedaron impresionados cuando dije esto, pero luego pensé: "Un momento, no hay serpientes en Lahoul" y me di cuenta de que ellos no habían dicho drul sino trul, que en tibetano quiere decir fantasmas. Así que ellos pensaron que les había dicho que no me importaban los fantasmas y que en verdad me gustaban. Estaban tan impresionados que de manera unánime dijeron: "Bien, quédese entonces aquí".

Al poco tiempo, un par de monjes y algunos albañiles del pueblo vinieron y tiraron la pared, hicieron una ventana y una puerta, dividieron la cueva en dos para que pudiera tener un espacio para guardar cosas y el otro para vivir. Algunas monjas y yo recubrimos con barro las paredes por dentro y por fuera. Los monjes y los albañiles reconstruyeron todo e hicieron mi caja de meditación y el santuario, todo por un precio de doscientas rupias. Resultó muy barato si se tiene en cuenta que viví allí durante doce años.

Durante el invierno nevaba, de modo que durante seis meses nadie podía venir. Durante ese tiempo yo sabía que no iba a ser interrumpida. En un retiro riguroso no debemos ver a nadie que no esté también en retiro, pero, debido a lo aislada que estaba, podía salir durante el día, aun estando en retiro riguroso. Si hubiese estado en el monasterio, sólo hubiese podido salir a medianoche para evitar encontrarme con la gente. Esto era muy difícil en algunas épocas, como cuando la nieve estaba muy profunda y debía abrirme camino con una linterna en una mano y un balde de agua en la otra. En la cueva, sin embargo, no tenía ninguno de estos problemas; en el invierno podía tener agua sólo con derretir la nieve y podía sentarme fuera sin temor a que alguien llegase y me viese. La mente se vuelve más espaciosa cuando puedes mirar fuera y ver los árboles, las montañas distantes y la inmensidad del cielo.

Había un bonito y pequeño nacimiento de agua a quinientos metros. En el verano hice un jardín frente a la cueva y planté patatas y nabos; los nabos eran buenos porque podía usar las hojas y también el bulbo. Los piqué y sequé para usarlos en invierno, ya que había un período muy largo en el que no crecía nada. Una vez que comenzaba a nevar, ya era el fin; si se me olvidaban las cerillas, mala suerte. Debía usar los cortos veranos preparándome para los largos, larguísimos inviernos.

Muchos animales acostumbraban a merodear por los alrededores de la cueva. Por la mañana, tras una nevada, veía las huellas de sus pezuñas y garras por todos lados. Una vez hasta vi la huella de un leopardo de las nieves. No vi al leopardo, pero encontré una huella clara que dibujé y mostré luego a una pareja de biólogos. Me confirmaron que era un leopardo de las nieves, por lo particular de su huella, el que había dejado el rastro de su garra en mi ventana, seguramente mientras miraba dentro de la cueva. Había lobos también, y amo a los lobos; una vez, cuando estaba sentada fuera, llegaron cinco lobos, se pararon y me miraron pacíficamente y yo los miré también. Estuvieron durante varios minutos, mirando tranquilamente; entonces el líder se dio la vuelta y todos se fueron detrás de él. Algunas veces se sentaban arriba de mi cueva y aullaban allí durante horas.

Generalmente pasaba los largos inviernos de retiro, pero no lo hacía durante el verano. Durante los cortos meses de verano me aprovisionaba para el invierno. En el otoño bajaba a Tashi Jong a ver a mi lama para contarle lo que había hecho y para recibir instrucciones sobre cómo continuar. Durante mis últimos tres años, hice un retiro sin interrupción y sin dejar nunca la cueva. Había una persona en Lahoul que me traía provisiones; un año ocurrió que no trajo nada en seis meses, lo que fue una experiencia interesante.

Fui muy feliz allí. Algunas veces me pregunto si pudiese escoger, ¿dónde estaría?, y me digo que en la cueva. Si pudiese hacer algo ahora, ¿que haría?, y me respondo que estaría haciendo mi práctica en la cueva. Fue, sin ninguna duda, una buena época para mí. Mirando atrás, me siento profundamente agradecida por haber tenido la oportunidad de practicar allí, porque Lahoul es un lugar maravilloso. En primer lugar, porque está bendecido por las dakinis y, en segundo lugar, porque su gente es honesta, no es violenta y, aunque se emborrachen, sólo se ponen melancólicos, lloran y se dicen: "¡Oh!, he desperdiciado mi vida, si hubiese sido un monje y hubiese estudiado el darma...". No son violentos como los kampas, no sacan sus cuchillos para apuñalar a la gente. De hecho, en el tiempo en el que venían los mongoles a merodear, la gente enterraba sus tesoros y huía; cuando se iban los mongoles los desenterraban y volvían a su vida normal. Es gente muy pacífica que prefiere no pelear. Durante el tiempo que estuve allí, nunca tuve problemas con las personas del pueblo, lo que ya es mucho para una mujer viviendo tan aislada. Todos sabían que yo estaba allí; si algún hombre llegaba era porque el viejo Abi había perdido un yak y preguntaba: "¿Ha visto un yak?" O: "Perdimos tres ovejas, ¿ha visto alguna oveja?". Y eso era todo. En otros lugares de India, o incluso en Occidente, no se puede vivir en un lugar tan aislado y sentirse seguro y confiado...

Extracto del primer capítulo. Derechos reservados

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