TODOS LOS COLORES DE LA OSCURIDAD

Chris Whitaker es un escritor londinense de 43 años quien confiesa haber vivido una adolescencia de abusos y adicciones, experiencias que de una u otra manera traslada a los personajes de sus novelas.
Todos los colores de la oscuridad, escrita recientemente, sitúa el inicio de la historia en 1975 en la población de Monta Clare, en Misuri. Allí vive Joseph Patch Macauley, un niño de trece años que a duras penas sale adelante junto a su madre desde que su padre cayó muerto en la guerra de Vietnam. Además, y aunque no es el mayor de sus problemas, Patch nació tuerto. En su imaginación es un pirata surcando los mares, capaz de todo tipo de fechorías. A pesar de la mala fama que arrastra como ladronzuelo, Saint, una niña huérfana de su misma edad que vive con su abuela y a la que le gustan las abejas, decide hacerse su amiga. Entre los dos niños se creará un sólido vínculo de amistad que se pondrá a prueba cuando de camino a la escuela Patch oye los gritos de la chica más popular de la clase y junto a ella a un hombre con la cara tapada intentando agredirla. Sin pensárselo dos veces “el Pirata” se enfrentará al hombre consiguiendo que la chica escape. Perdida la noción del tiempo y malherido, Patch se despierta en un lugar tan oscuro que piensa que se ha quedado ciego. Inesperadamente una chica le empieza a hablar. Allí, encerrada con él en la misma habitación, no puede verla, pero su voz le conduce a lugares lejanos llenos de luz, color y libertad. Cuando pasado un tiempo, y gracias a la constancia de Saint la policía logra localizarlo, se da cuenta de que la chica, de la que solo sabe que se llama Grace, ha desaparecido. A partir de ese momento toda la vida de Patch estará marcada por la búsqueda de Grace, y la de Saint de cubrirle las espaldas. Por el camino se encontrarán con asesinos en serie, chicas desaparecidas, traiciones, decepciones y sus propias almas heridas hasta los cimientos.
Chris Whitaker se enreda en una novela en la que mezcla demasiados géneros dando como resultado una historia larga, con giros inesperados, procurando captar la atención del lector y con un desenlace poco verosímil.
Es de agradecer que el autor no se incline por imágenes sórdidas y ponga en valor los lazos familiares, la amistad o la justicia. Sin embargo, el bien y el mal se mueven en márgenes poco claros guiados por los sentimientos y una moralidad subjetiva.
Aunque se da un sentido religioso y trascendente de la persona, llama la atención que los criminales lo sean por un sentimiento excesivo y paranoico de la práctica religiosa.

Encarnita Herraiz