VICISITUDES

Vicisitudes está formada por 85 narraciones breves que Luis Mateo Díez agrupa en tres grandes apartados cuyos títulos son: “El círculo de las ensoñaciones,” “Estación de supervivientes” y “Las vidas ajenas”. El volumen presenta en su conjunto un gran fresco donde aparecen, novelados, muchos de los avatares que puede experimentar cualquier ser humano a lo largo de su vida cotidiana. La acción se desarrolla, en cada uno de los relatos, dentro del territorio de Celama, enclave imaginario en cuyo marco ambiental sitúa el autor la mayor parte de su producción novelística y que representa el género de vida propio de las poblaciones pequeñas y exteriormente apacibles, aunque se vean agitadas por desasosiegos y congojas internas semejantes a las que pueden encontrarse en cualquier lugar del mundo.
La variedad de escenarios y personajes, siempre distintos, impide la existencia de una trama explícita que de unidad estructural a esta galería de manifestaciones del vivir humano. Sin embargo, en el fondo se percibe un propósito común a todos los episodios, al poner de manifiesto el trastorno del vivir, lo que permite considerar a la obra como una novela coral en la que intervienen cientos de voces. Cada capítulo refleja una situación que, en cierto modo y por diversas razones, tiene algo de crucial o decisivo y que descubre la fragilidad que subyace en toda alma humana, por fuerte y segura que parezca, y lo cercana que está siempre a extravíos o desamparos. El lector va a encontrar en estas páginas más pesadumbres que alegrías, más divorcios que parejas felices, enfermedades y muertes que salud y longevidad. La disgregación familiar, la incomunicación, la ruptura de amistades, la soledad, el desencanto, el fracaso y el desengaño son elementos constantes en estas experiencias vitales, narradas con melancólico realismo y aplastante fatalidad. Sin embargo, tampoco son infrecuentes los rasgos de humor irónico o surrealista, al concebir situaciones paradójicas o absurdas cuya incongruencia incita a la sonrisa. Ante lo inesperado, lo insólito o lo indeseado, los personajes tienden a refugiarse en la rutina, a conformarse con lo que tienen a su alcance sin aspirar a más para sobrevivir, aunque a veces incluso este último recurso también falla. En la minuciosa y extensa exploración del acontecer vital que ha realizado el autor en sus Vicisitudes, lo singular y lo plural se manifiesta con notable brevedad en la duración externa y con notable carencia de detalles descriptivos de carácter material pero, en cambio, con una larga e intensa trascendencia interna. Apreciar todos sus matices, captar los significados contenidos en rasgos significantes muy sutiles y percibir la intencionalidad de cada frase exige una lectura atenta y reflexiva, que excluye cualquier intento de aproximación rápida o superficial. Nacido en 1942, el autor cuenta con una dilatada experiencia vital que ha sabido asimilar con detalle y a la que, sin duda, ha sometido a una reflexión profunda. El fruto de este proceso se ha convertido en este libro cuya madurez se hace evidente tanto en la forma estilística como en los elementos técnicos. Sin embargo, en ella a lo que la rutina de la realidad transforma en leyenda según las últimas palabras del texto, le falta una cierta luz de esperanza y de alegría que iluminase la grisura cromática de las vicisitudes de tantos seres comunes y corrientes, pero también únicos.

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