VIVALDI Y SUS HIJAS

El escritor alemán Peter Schneider (Lübeck, 1940), es autor de ensayos, artículos políticos y novelas, así como del guión de la película El cuchillo en el agua. Es precisamente un supuesto guión para una película lo que le lleva a escribir su última novela, Vivaldi y sus hijas.
Antonio Vivaldi, conocido como el prete rosso por el color de su cabello y su condición de sacerdote, era un virtuoso del violín que en 1703 entraría a trabajar como maestro de música en el Ospedale della Pietà, un hospicio en Venecia que recogía a niños abandonados fruto de adulterios, relaciones sacrílegas o por malformaciones. En una época en la que la riqueza, las conspiraciones y el poder político y religioso iban de la mano, Vivaldi, consagrado a la música, ya que no a su obligación de celebrar misa y otros sacramentos por su enfermedad asmática, crea la primera orquesta y coro femenino de Europa con sus alumnas. Éste será el arranque de su fama y de su prolífica carrera; pero también de su amarga enemistad con los poderosos, entre ellos el nuncio del Papa y alguno de los patricios de la ciudad. Las maledicencias le acompañarán toda la vida, sobre todo desde que Anna Girò, de doce años, se convierte en su prima donna.
Peter Schneider, aprovechando las biografías de otros autores y la curiosidad que despierta la vida de Vivaldi, un gran maestro de la música barroca sorprendentemente desconocido desde su muerte hasta mediados del siglo XX, especula sobre la vida privada del músico en cuanto a su vocación religiosa, su posible relación amorosa con Anna Girò, y los motivos por los que le llevaron a crear el coro femenino. El lenguaje sencillo empleado por el autor y la ligereza en los comentarios hacen que la novela sea fácil de leer.
Aunque Schneider no se recrea en imágenes morbosas sobre los personajes de la decadente Venecia del siglo XVIII, sí hay constantes insinuaciones sobre la vida licenciosa de religiosos y eclesiásticos, un poder político corrupto, y una Iglesia preocupada más por los aspectos terrenos que por los espirituales, siendo éstos, meros límites a los deseos carnales.

Encarnita Herraiz