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C

ervantes escribió su Quijote como una sátira

sobre los llamados

libros de caballerías

. A su juicio,

ese género, que recreaba fantásticas aventuras

protagonizadas por legendarios caballeros medieva-

les, calentaba las cabezas de jóvenes y de algunos

que no lo eran tanto. El resultado era a menudo que

se sumergían en un mundo de fantasía que les

separaba del mundo real. Hoy diríamos que les

“enganchaban”, que creaban una adicción. La limpia

que hicieron el cura y el barbero del pueblo de esa

literatura en la casa de Don Alonso Quijano testimo-

nia que Cervantes la consideraba basura literaria,

con alguna salvedad como

el Amadís de Gaula

o

Tirant lo Blanch

(

Tirante el Blanco

en la novela

cervantina). Pero también es un

testimonio indirec-

to de la influencia social que podía tener la novela

,

y que el ideal humano que presentaba –para bien o

para mal, según los casos- tenía una gran influencia

social y una fuerza de arrastre tal que era capaz de

enajenar las cabezas de unos cuantos lectores.

A primera vista, parece que si trasladamos

la situación a nuestra era digital, ya no serían los

libros los que convertirían a Alonso en Don Quijote

de la Mancha. Nos lo encontraríamos más bien con

una

play station

jugando frenéticamente a unos

videojuegos con nombres como

Ultimate Knight’s

Fight, Knights and Dragons: Combat to Death, o

Cavaliers against the Empire of Evil.

Puede pensarse

que en 1605, siglo y medio después de la invención

de la imprenta y sin más rival que el teatro,

la

novela era el rey indiscutible de la cultura

, mien-

tras que más adelante ha ido perdiendo terreno

conforme aparecían nuevos inventos, hasta llegar a

ser en la actualidad una especie en peligro de

extinción. Es fácil verlo así, pero es falso.

La misma comparación que hemos

empleado requiere alguna matización. En el Quijote,

si bien el hidalgo perdió la cabeza con las novelas de

aventuras, no hubiera podido contagiar su mal a la

gran mayoría de sus vecinos. La quema de

libros con el fin de curarle corrió a cargo

únicamente del cura y el barbero porque

eran –en la mente de Cervantes, pero

reflejando la realidad- los únicos que sabían

leer en el pueblo. A la vez, muchos de los

videojuegos están inspirados en novelas de

fantasía. Por ejemplo, la serie de

Warcraft

,

probablemente la de mayor éxito en juegos

de estrategia desde los años 90, enfrenta a

caballeros y elfos contra orcos y trolls,

dejando así ver la clara influencia de

El Señor

de los anillos

y literatura derivada o inspira-

da en esta obra.

Más de una vez se ha augurado el

final del libro literario, o su marginación a

ámbitos muy reducidos. En el

siglo XIX

, por

ejemplo, irrumpe la prensa periódica, en

forma de diarios y revistas, y más de uno

pensó que la novela sufriría un serio golpe,

quizás mortal. Pero la novela supo adaptar-

se. Varios de los títulos más celebrados de la

época aparecieron como seriales de prensa,

y su éxito llevó a una rápida y exitosa

publicación como libro. Así, por ejemplo,

La

dama de blanco

de Wilkie Collins –considera-

da por muchos como la mejor novela rosa

de la historia- se publicó inicialmente por

entregas en una revista, y la trilogía de

Henry Sienkiewicz –que le valió el Premio

Nobel- lo hizo en un diario.

A mitad del

siglo XX

, llegó la

televisión, y con ella la creencia de que

robaba de modo definitivo el tiempo de

lectura a la mayoría de la población. Pero

durante los primeros años de televisión en

España, uno de los programas más vistos

tenía por título

Novela

, y se trataba de

serializar una novela famosa durante una o

LA LITERATURA QUE

NUNCA MORIRÁ

Julio de la Vega-Hazas Ramírez

El tiempo

depura el

arte. Conser-

va lo mejor,

y el resto

queda

relegado al

olvido.

Más de una

vez se ha

augurado el

final del libro

literario, o su

marginación a

ámbitos muy

reducidos.

SL

A FONDO

18

TROA