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La Tertulia

Literaria

María Gudín

Cada lector crea un mundo propio al adentrarse en

las páginas de un libro. No hay libros, no hay

historias, hay lectores que vierten su subjetividad en

las páginas que alguien, el autor, un día trazó con

más o menos arte, con más o menos acierto, con un

pulso que tembló o que se mantuvo firme.

Según Robert Schuman "Iluminar las profundidades

del corazón humano es la misión del artista." El

poeta, el literato, juega con las palabras, y en ese

juego se introduce más que ningún otro en la

subjetividad del otro, transformándole y convirtien-

do al futuro lector en un nuevo creador.

El escritor, cuando acaba su trabajo, cuando cierra el

ordenador, cuando pone el punto final, y termina la

corrección del texto, ha dejado su piel tras de sí. La

epidermis que el autor se ha arrancado con esfuer-

zo, como en la metamorfosis de una serpiente

mitológica, se queda detrás, ya seca, esperando a

que el lector se introduzca en ella, a que la anime

con un renovado espíritu.

Así, en cada libro el lector traza un universo novedo-

so en el que reina su personal subjetividad, su

manera de ver el mundo, los recuerdos que almace-

nó y guardó cuidadosamente, quizás desde su

infancia o adolescencia. Por ello, las novelas que nos

han conmovido, las que nos han causado placer, las

que nos han asustado o enternecido, las que han

calado hasta lo más profundo de nuestro ser y nos

han hecho llorar, se convierten en algo tan nuestro

como del propio autor que un día las escribió, quien

quizás puede haberlas ya desdibujado en su mente

o incluso casi olvidado. Es por ello, por haber

traspasado la frontera de lo personal, por lo

que cuando las vemos en el celuloide nos

desilusionan. Es difícil llevar al cine una

buena novela. Cada lector lleva en su mente

la particular figura de un Dimitri Karamazov,

o de un Frodo, o de una Lizzy Bennet. Cada

lector sabe como es el páramo de Cumbres

Borrascosas, o el barco del Corsario Negro.

Quizá cada uno de nosotros conocemos los

detalles de las novelas mejor que Tolkien,

que Dostoievski, que Paul Auster o Salgari.

Si de un modo mágico pudiésemos proyec-

tar, como en una película, la idea que hemos

generado de cada uno de los libros que un

día leímos, y si lográsemos compararlos con

las imaginarias proyecciones de otros

lectores, nos sorprenderíamos al contemplar

aspectos comunes entre sí, pero muchos

otros extraordinariamente divergentes. Leer

no es algo pasivo, leer es un arte que

transforma al sujeto que lo hace, y – al

mismo tiempo – altera la propia obra que un

día el incauto escritor trazó, pensando que

sería suya. La lectura es un arte porque es

ajena al mundo de la necesidad, se sitúa en

el mundo de lo novedoso, en el universo de

lo sensible y de lo bello. Se puede vivir sin

leer, pero el hombre que lee se hace a sí

mismo más espiritual y humano. El hombre

se distingue tanto del animal, que vive en el

mundo de lo necesario, como de la máquina,

que opera en el mundo de lo racional y

lógico, por ser capaz de crear arte.

Un verdadero lector es, por tanto, un artista,

pero todo creador, todo artífice, no crea sólo

para sí, lo hace para compartir su arte. Así, el

lector necesitará comunicar el mundo

personal que creó al adentrarse en el libro,

«Un verdadero lector es, por tanto, un

artista, pero todo creador, todo artífice, no

crea sólo para sí, lo hace para compartir su

arte. »

TERTULIA LITERARIA

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TROA

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