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En la Tertulia mensualmente empren-

demos un viaje común en el que

finalmente analizamos lo que hemos

leído. En la reunión no importa tanto el

libro, ni el autor, como el diálogo que se

inicia a partir de la visión singular que

ese libro o ese autor ha causado en

cada participante. La conversación nos

conduce, unas veces a contrastar

posturas y actitudes; en otras ocasio-

nes, se convierte en una guerra entre

mentalidades opuestas o sensibilidades

enfrentadas. Nunca el intercambio de

palabras e ideas es tedioso. Del diálogo

se saca siempre provecho y la persona

que entró en la Tertulia con una idea

preconcebida, a la salida la ha dinamita-

do o se ha aferrado aún más a ella.

La Tertulia requiere orden, precisa

humildad, y capacidad de escucha.

Suele ser difícil no hablar con el vecino,

lo cual causa un murmullo de fondo,

que dificulta la comunicación. A veces

gritamos, otras interrumpimos, pero

muchas más susurramos al que está al

lado, porque nos avergüenza poner en

común algo que nos parece íntimo. Con

el tiempo, en el grupo se va unificando

el diálogo, de tal modo, que la idea

interesante va al centro, fluyendo para

llegar a toda la periferia.

Participar en la Tertulia requiere

humildad, y humilde es el que aprende

del otro. Todos aportan, y es de sabios

escuchar. Si escuchamos, el mundo

interior que, en cada uno de nosotros,

una lectura ha desencadenado, se

proyecta al grupo; y notamos que

alguien está en nuestra misma longitud

de onda, mientras que en otras ocasio-

nes las vibraciones del ambiente se

perciben como opuestas a nuestro

sentir.

«

Humilde es el que

aprende del otro. Todos

aportan, y es de sabios

escuchar.

»

En la Tertulia no se proponen siempre

los libros que nos gustan, y en aquella

novela que yo nunca hubiera elegido

para leer, descubro realidades ajenas a

mi universo que sin ella se habría vuelto

cerrado. Así, el horizonte personal de

nuestro pequeño mundo se amplía.

Gracias a la Tertulia hemos compartido

viajes, hemos subido montañas, bajado

al abismo, surcado los mares, volado

hasta el cielo. Gracias a ella, en una

misteriosa máquina del tiempo, hemos

asistido a revoluciones, a conquistas

intrépidas; hemos sentido la opresión

del tirano, la injusticia de la guerra;

hemos sido caballeros medievales, o

esclavos negros. Gracias a la Tertulia

nos hemos introducido en la mentali-

dad mágica de lo fantástico, en la

analítica de lo policíaco, en la cultural

de la novela histórica. A través de la

lectura en común, hemos compartido

historias llenas de sentimiento, del

género romántico, o psicológicas y

formidables en la novela realista. Nunca

hubiéramos conocido con tanta

intensidad a Dostoievski, a Undset, a

Mankell, a Vargas Llosa, a Buzatti, a

Marlowe, a Reverte o a Maalouf… si no

hubiéramos compartido opiniones y

posturas con otras personas que los

leyeron a la par que nosotros.

Se dice que el libro ha muerto, sepulta-

do por la marea de Internet; sin

embargo, las miles de tertulias que

proliferan en este país son testigos de

la vitalidad de los libros. Mientras exista

el género humano, habrá gentes que

inventen historias, y muchas más que

las reinventen desde su propio universo

individual. Gracias a la tertulia, de ser

lectora compulsiva, pasé a escribir

historias. Sin la Tertulia, no habrían

aparecido Jana, ni Aster, en aquella

primera historia que fue

La Reina sin

Nombre

; sus hijos, los

Hijos de un Rey

Godo

, no habrían llegado a este

mundo; no conocería a Alodia ni a

Atanarik, ni a Belay, en

El Astro Noctur-

no

. La trilogía goda,

El Sol del Reino

Godo

, no habría amanecido. Por ello,

mi agradecimiento, - a Pilar de Cecilia y

a todos los que participan en la Tertulia

Literaria de esta pequeña capital de

provincias -, es infinito.

TERTULIA LITERARIA

SL