CIUDAD DE CRISTAL

Primer volumen de una serie titulada “Trilogía de Nueva York”, en la que se abordan temas policíacos, siempre ambientados en la ciudad de los rascacielos. En este caso, un escritor, precisamente de novelas de misterio, recibe la llamada de un desconocido que le confunde con un investigador privado. Al principio le aclara el error, pero como el otro vuelve a telefonear varias veces, acaba por ceder y acepta el encargo de vigilar a cierto individuo que se supone quiere asesinar a su cliente.
El autor, nacido en 1947, parece haberse hecho el propósito de renovar el género policiaco americano, partiendo de sus rasgos característicos para luego hacerles tomar un rumbo totalmente distinto. La acción comienza de modo convencional, pero tras el planteamiento inicial, su desarrollo se ve envuelto en un clima irreal, como de pesadilla, en el que el protagonista parece preso de una alucinación obsesiva que le conduce a la locura. La primitiva intriga se diluye hasta quedar casi olvidada, mientras cobra importancia creciente una fuerza trágica y absurda que trastorna los acontecimientos privándolos de toda lógica y verosimilitud. El deseo de originalidad que define a la obra, tanto en el fondo como en el estilo, lento, especulativo y falto de naturalidad, influye negativamente en el interés que su lectura podría despertar. Su vanguardismo, demasiado intelectualizado y pretencioso, resulta en realidad poco nuevo, enraizado como está en la veterana corriente del realismo fantástico, y, por otra parte, el único efecto que produce es el de impregnar la trama de una insuperable insipidez.
El afán de ir contracorriente obliga a Auster a crear un personaje central que no solo no sale triunfante frente al delito o el delincuente, como suele ocurrir en las novelas policiacas, sino que sucumbe y es destruido por un extraño y difuso poder, el mal en abstracto, que parece ser el auténtico dueño del ser humano. En la obra no hay violencia sino solo un impulso de autodestrucción cuyo siniestro origen es tan poderoso como incógnito, un continuo e impalpable maleficio, cuya presencia se impone de modo angustioso.

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