HORDA

Parábola distópica sobre la destrucción de nuestra sociedad tecnológica. El reino de la mentira a que hemos sometido el mundo, en base a la construcción de relatos desconectados de la realidad, el abandono de la naturaleza, la búsqueda del éxito a cualquier precio y la tecnología invasiva de la intimidad, se transforma ahora en la persecución de las palabras. El nuevo mundo, el de los niños que, transformados en máquinas de poder sin sentimientos ni empatía, imponen la sociedad del silencio: no hay palabras orales ni escritas. Bajo un omnímodo dispositivo de poder, Magma, que emite imágenes las veinticuatro horas del día, se extirpa la capacidad de razonar y se impone una conciencia colectiva.
La prohibición de la palabra supone la prohibición del pensamiento y de la memoria, así como de la opinión y los sentimientos. El pensamiento crítico es perseguido y detectado en los controles de experiencia, que pasan a vaciar físicamente a la víctima de lo propio para integrarla al anonimato de la masa, de la horda. Unos pocos guardan los restos de humanidad escondidos y desapercibidos del poder: son los que saben hablar, reír, los que guardan la memoria de lo que nos hace humanos. El protagonista se rebela y escapa de la ciudad, símbolo de la nueva sociedad, en busca de la libertad en la naturaleza. Sus armas son: un libro, la risa y la compañía de un mono, que viene a representar la continuidad de la creación.
Dividida en tres partes, mantiene un ritmo continuo, servido en un lenguaje elegante y poco condescendiente. En la narración se hacen hueco las acertadas reflexiones del protagonista, denominado como Él, único pronombre en un mundo sin nombres, símbolo de la falta de humanidad. Esta parábola moral, escrita de forma alegórica y con significados evidentes, alerta sobre la deshumanización de la sociedad actual, del pragmatismo de la tecnología y la búsqueda del éxito. Advierte de los peligros de orillar la realidad en favor del relato y de perder las relaciones personales en favor del éxito.

Francisco Andrés