NINGUNO DE NOSOTROS VOLVERA

En 1942, la activista de la Resistencia francesa Charlotte Delbo (1913-1985) fue arrestada y llevada a Auschwitz junto con otras 229 mujeres procedentes de diferentes lugares; de ellas solo sobrevivirían 49 que fueron liberadas en 1945. Delbo cuenta su experiencia en su obra Ninguno de nosotros volverá, seguida de Un conocimiento inútil, los dos primeros libros de su trilogía Auschwitz y después, que inicia con estas palabras: “Hoy, no estoy segura de que lo que escribí sea verdad. Estoy segura de que es verídico”.
La autora sitúa lo vivido como en un escenario dominado por la crueldad y escribe en primera persona con una estructura no lineal construida a base de vivencias, estampas o reflexiones centrándose en dos elementos: la veracidad desnuda de los hechos y la potencia de una magistral literatura que embellece una situación extremadamente cruda.
El enfoque narrativo se aborda con un original tratamiento y desde diversos géneros: memorias, poemas en tono elegiaco o crónicas; la autora conjuga a veces el nosotras refiriéndose al grupo de mujeres francesas obligadas a trabajar en las ciénagas en condiciones infrahumanas. El horror se dibuja con palabras, gestos o silencios desde una mirada desnuda de artificios, lírica y con expresivas metáforas que intentan dulcificar la barbarie: “Cuando el silbato silba al despertar hay todo un estrecho de eternidad por atravesar entre la noche y el día”.
Ella y el resto de deportadas estuvieron durante dos años y medio apiñadas en barracones, sin apenas comida, con absoluta falta de higiene, un frío que atravesaba los huesos y una sed que para la autora fue quizá el peor tormento. Junto a esas penurias, trabajaban de sol a sol en tareas extenuantes intentando escapar del maltrato siempre presente con el bastón amenazante de los kapos o los mordiscos de los perros. La extrema crudeza del relato descrito sin atenuantes da lugar a secuencias durísimas pero Delbo se detiene también en mostrar chispazos esperanzadores como la lucha por sobrevivir, los gestos de compañerismo y amistad o el compasivo dolor por los muertos, entre ellos su esposo, así como el sentimiento de grupo que las hará fuertes hasta el momento de su rescate.
Casi al final escribe: “La tierra era hermosa porque la habíamos recobrado. Hermosa y deshabitada”. La deslumbrante prosa de la autora logra que estas páginas sean no solo soportables sino también luminosas.

Reyes Cáceres