En 1904, Marcel Proust alzó la voz contra la amenaza de ver las catedrales francesas reducidas a meros museos. Su alegato, publicado en «Le Figaro», defendía que estos templos no eran ruinas de una fe extinguida, sino organismos vivos en los que arquitectura, música y liturgia formaban un todo irrepetible. Lo que estaba en juego no era solo la religión, sino la supervivencia del mayo ... Seguir leyendo
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